En un mundo en el que las pesadillas,
los sueños perdidos y las angustias,
se habían apoderado de las ilusiones.
Un sinsentido lleno de caminos confusos,
existiendo solo el presente y sin futuro .
Tiempos de huida hacia adelante,
ahogados por la mayor crisis de la historia.
Una crisis alimentada de cadáveres,
de almas inocentes perdidas inesperadamente.
Los depredadores surgieron para devorar,
alimentándose de los que no pueden escapar.
Carroñeros de las tierras de los humildes,
mordisqueando cada brote de esperanza.
Mientras otros divagaban como zombies,
defendiendo una libertad disfrazada,
escondiendo el desprecio por la vida.
La pesadilla avanzaba lenta e inexorablemente,
cual mancha que volvía todo estéril.
El correr impedía ver el gran cambio,
la irrupción de un nuevo modo de vivir.
Ante el derrumbe de modelos obsoletos,
cayendo como frágiles castillos de naipes.
Alguien en un lugar alejado y montañoso,
austero pero con una chimenea encendida.
Barba larga y una pipa inseparable,
madrugaba cada día para sembrar sueños.
Había guardado durante décadas semillas,
una esmerada selección de lo mejor de nosotros.
Cada día plantaba una semilla antes del amanecer,
para que el sol la buscase allí donde estuviese.
La brisa de la montaña se encargaría de esparcirla,
sembrando el aire de nuevas vibraciones e ilusiones.
Aquello olvidado y desterrado en la vorágine,
en las selvas urbanas caóticas y desmoronadas.
La cosecha tardaría tiempo y mucho esfuerzo,
pero la serenidad había iniciado su camino.
Pequeños brotes surgirían con aromas renovados,
impregnando las mentes de los perdidos.
El sembrador de sueños seguiría cada madrugada,
plantando una semilla con templanza infinita.
Una templanza para tiempos turbulentos,
y donde las ilusiones deben ser renovadas.
By Clemente
Clemente Socorro Ceballos 