Las campana de la iglesia
repican al amanecer,
sonidos de despertares.
El tintineo de los cencerros
resuenan en las calles
del pueblo.
Un gallo despierta con el sol,
cantando con esmero
a los primeros rayos
de luz del día.
El día da sus primeros
suspiros del vida.
Desde la ventana se observan,
pequeñas gotas de agua,
cayendo de las hojas,
de castaños
e higueras.
Alguien hace sonar un violín,
desde los peldaños
de la entrada
de su casa.
Un pueblo despertando,
al ritmo de un gran reloj.
Ritmos encadenados en cada
segundo que pasa.
Casi en silencio pero latiendo,
cual tic tac marcando
los tiempos.
La luz del sol va avanzando
por las callejuelas,
iluminando cada casa.
Los minutos transcurren
para que los sonidos suenen,
compases de la naturaleza,
de una vida sencilla.
Convivir con la tierra y las estrellas,
sin exigir nada a cambio,
respirando los aromas
de una tierra húmeda,
fértil y agradecida.
Con horas de meditación,
llenas de extensas
pausas para saborear,
pensamientos,
mensajes internos,
imágenes sencillas
y a la vez bucólicas.
Sentado en una colina,
con los pies cruzados,
la luz del sol en la cara,
y la brisa de la montaña,
la inspiración asciende,
cual musa levitando.
El gran reloj dando tiempo,
regalando espacio,
abriendo horizontes,
como si dictara los caminos.
Caminos abiertos
sin límites ni obstáculos,
dejando huellas
sobre las que meditar,
e inspirando para crear.
Sensación de que pasan
días o semanas,
por la intensidad
de cada
respiración.
Quizá aprendizaje
o sabiduría simplemente,
la importancia está
en el encuentro,
en el conocimiento,
en la reflexión,
en un sincero abrazo
con nuestro interior.
By Clemente