En tierra seca la dureza
de la vida se extiende,
con vientos cálidos
y ansiando las primeras gotas.
Vientos cuya fuerza
desplaza arena del desierto,
un manto de fino polvo
apagando la siembra.
Etapas de dureza
para las cosechas
y los agricultores,
donde el mañana
surge como duda
de lo por suceder.
De repente un amanecer
viene con nubes oscuras,
llenas de humedad
acariciando la tierra
con ternura.
Las primeras gotas caen
sobre un campo sediento,
reiniciando
el ciclo de vida
al brotar nuevos tallos.
Una lluvia facilitando
la supervivencia del campesino,
de los animales
y en definitiva del circulo vital.
Un esmero ajeno
a las necesidades
de las despensas,
de quienes se sientan
alrededor de una mesa.
Un esfuerzo cuyo valor
se cuestiona al adquirir,
considerándonos
con la potestad de decidir.
Una constancia infravalorada
al obviarla en la mesa,
dejando incluso pudrir
el producto
sin remordimiento.
Mientras en el otro lado
del planeta no existe,
no hay oportunidades
para saciar el hambre.
Hasta allí les llegar
el olor a podredumbre,
de lo desperdiciado
por la codicia.
Sentados a una mesa
olvidamos el valor
de la comida,
con la percepción
de estar al margen
de su origen.
Acaparamos en demasía
y al mismo tiempo,
desperdiciamos sin rubor
ni conciencia del error.
Respetar la tierra
es respetarnos entre nosotros,
aportando en cada parte
del ciclo una acción,
un acto de valor
y generosidad
que ayude a vivir mejor.
By Clemente